26.3.09

En estos tiempos sin tiempo

Mis sábanas de percal tienen esa reminiscencia a camas de abuelas, planchadas y almidonadas; crujientes y deliciosas. La clave, decía Porota, está en estirarlas bien para que no quede ninguna arruga. Tan estirada se veía la cama que daba pena abrirla y desordenarla.

Antes, parece que había más tiempo para planchar sábanas; el tiempo corría distinto y las mujeres disfrutaban del ritual de tender la cama; o al menos eso sueño yo desde mi mirada posmoderna apresurada. Era un proceso metódico que implicaba cierta destreza. No cualquiera es capaz de flamearlas y hacerlas caer exactamente en el centro del colchón como lo hacía ella. Y eso que no existía la autoajustable de abajo. Las abuelas más hábiles las ponían de tal forma que nunca tenías que sufrir la angustiante sensación de tener los pies al descubierto. Las otras, lo solucionaban con un nudo en el medio que quedaba oculto bajo el colchón y que tomaba media hora desatarlo para poder lavarlas. El tema del nudo aún hoy sigue vigente, son esas cosas que la gente aprende y repite sin cuestionarselo demasiado. Yo me esfuerzo en ser de las otras, de las que no necesitan el nudo, de las que disfrutan del placer de la sábana crujiente, perfumada, fresca. Porque cuando entro, la noche es más apacible, yo soy más apacible.
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